Por Anahí Acevedo Papov
Las edificaciones pertenecen a fines
del siglo XIX y principios del XX.
La localidad canaria de
Barros Blancos, ubicada entre los kilómetros 22 y 29,800 de la ruta nacional N°
8, está integrada por terrenos que le pertenecieron a Juan Antonio Artigas. Sin embargo, los primeros
fraccionamientos tuvieron lugar a partir del año 1952.
Diariamente los vecinos
conviven con rastros del pasado que se remontan a épocas más distantes.
Su denominación data de
principios de siglo XX, a causa del tipo de mezcla que quedaba en las huellas de las carretas que transitaban.
La construcción más
antigua es el Chalet Ventura, diseñada en el año 1875 por Lorenzo Ventura.
Conserva aún su jardín decorado con palmeras ya centenarias. Actualmente es un
domicilio particular.
El bar y almacén “El
Gallo” es característico para los que tienen como destino el kilómetro
veintiocho. Destacado por sus tres gallos de material de hormigón sobre la fachada,
este local comenzó a funcionar en el año 1903 como boliche de campo en donde su
mayor clientela eran los peones empleados en las estancias, viñedos, granjas y
casas quintas previas a la urbanización. A partir de los años cuarenta se
realizaron en sus galpones, grandes bailes y fiestas con motivo de
carnaval, hasta donde llegaban ómnibus
que transportaban a los interesados desde los alrededores.
Otro punto de referencia
para los viajantes, procede de la década de 1930 y es hoy propiedad de la
seccional policial. El Chalet Rovira era otra de las viviendas que construían las familias de alto poder adquisitivo
para descansar. Empero, el clima hizo estragos y mientras los
vecinos expresan su preocupación para rehabilitarla, la edificación se
deteriora cada día más.
Sobre el mojón 29 se alza
una importante finca de dos plantas, con
ventanales amplios e hierros forjados. El ex Centro de Investigaciones
Veterinarias “Miguel Rubino” alberga un centro CAIF desde el año 2004. No
obstante, tuvo su aparición en el pueblo en el año 1941. Su laboratorio contaba
con seis divisiones y poseían una biblioteca con más de 3500 volúmenes.
Además, resta mencionar
la granja “Pitzer” (1880), la escuela N° 130 (1928), el Centro Cívico La Loma
(principios de siglo XX) y otras obras de las que solo se conservan sus restos.
Sitios donde, ojos acostumbrados al paisaje se posan en sus paredes ya sin
techos, preguntándose el pasado, tal vez de opulencia y pomposidad, de vidas
indiferentes que, aún ajenas a su
realidad y su tiempo, continúan presente en sus rutinas.
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