viernes, 12 de abril de 2013

Vestigios en las tierras del abuelo de Artigas


Por Anahí Acevedo Papov





Las edificaciones pertenecen a fines del siglo XIX y principios del XX.
La localidad canaria de Barros Blancos, ubicada entre los kilómetros 22 y 29,800 de la ruta nacional N° 8, está integrada por terrenos que le pertenecieron a  Juan Antonio Artigas. Sin embargo, los primeros fraccionamientos tuvieron lugar a partir del año 1952.
Diariamente los vecinos conviven con rastros del pasado que se remontan a épocas más distantes.
Su denominación data de principios de siglo XX, a causa del tipo de mezcla que quedaba en las  huellas de las carretas que transitaban.
La construcción más antigua es el Chalet Ventura, diseñada en el año 1875 por Lorenzo Ventura. Conserva aún su jardín decorado con palmeras ya centenarias. Actualmente es un domicilio particular.
El bar y almacén “El Gallo” es característico para los que tienen como destino el kilómetro veintiocho. Destacado por sus tres gallos de material de hormigón sobre la fachada, este local comenzó a funcionar en el año 1903 como boliche de campo en donde su mayor clientela eran los peones empleados en las estancias, viñedos, granjas y casas quintas previas a la urbanización. A partir de los años cuarenta se realizaron en sus galpones, grandes bailes y fiestas con motivo de carnaval,  hasta donde llegaban ómnibus que transportaban a los interesados desde los alrededores.

Otro punto de referencia para los viajantes, procede de la década de 1930 y es hoy propiedad de la seccional policial. El Chalet Rovira era otra de las viviendas  que construían las familias de alto poder adquisitivo para descansar.  Empero, el clima hizo estragos y mientras los vecinos expresan su preocupación para rehabilitarla, la edificación se deteriora cada día más.
Sobre el mojón 29 se alza una importante finca  de dos plantas, con ventanales amplios e hierros forjados. El ex Centro de Investigaciones Veterinarias “Miguel Rubino” alberga un centro CAIF desde el año 2004. No obstante, tuvo su aparición en el pueblo en el año 1941. Su laboratorio contaba con seis divisiones y poseían una biblioteca con más de 3500 volúmenes. 
Además, resta mencionar la granja “Pitzer” (1880), la escuela N° 130 (1928), el Centro Cívico La Loma (principios de siglo XX) y otras obras de las que solo se conservan sus restos. Sitios donde, ojos acostumbrados al paisaje se posan en sus paredes ya sin techos, preguntándose el pasado, tal vez de opulencia y pomposidad, de vidas indiferentes que, aún ajenas a  su realidad y su tiempo, continúan presente en sus rutinas.

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